Esta es una extensísima y muy cuidada reseña que se ha tomado la molestia de enviarme Francisco José Cubel Rodríguez, un lector valenciano conmovido tras leer VALENTIA, las memorias de Cayo Antonio Naso. Gracias, amigo; saber que todo el esfuerzo puesto en crear una historia como esta produce un efecto como este es suficiente motivo para escribir unos Episodios Nacionales. Aquí os la dejo para que juzguéis vosotr@s mism@s:
Interesantísima y muy verosímil
estancia en la vida cotidiana de mi ciudad en los tiempos de la antigua Roma, a
través de esta ambiciosa novela histórica fruto de la pasión que siente por
dicho periodo de la historia el escritor, un joven paisano mío, muy bien
documentado. Seiscientas y pico páginas son testigos de las fatigas de unos
cuantos personajes (repartidos en varias generaciones) que muy bien podrían
haber existido (muchos de ellos sí son personajes reales), y cuyas presuntas
vidas son parte del puzle real de los avatares históricos de la época.
El primer miembro de la saga es
PUBLIO ANTONIO CAEPIO, uno de los primeros habitantes de la ciudad, en los
tiempos de la república: pg 141: “era el Pater Familias de la gens Antonia de
Valentia. Nacido de humilde cuna en una pequeña aldea de los montes del
interior de Apulia, como tantos otros jóvenes lugareños, no tuvo más camino que
alistarse en las legiones en busca de fortuna. (…) Participó en múltiples
campañas, en Macedonia, la Celtiberia, Lusitania, (…) llegando su edad de
licencia durante el final del consulado de Publio Cornelio Escipión Násica y
Décimo Junio Bruto, el año 138 a C. Este último audaz y visceral cónsul,
después de su victoriosa campaña (…) en las brumosas tierras del Finisterrae,
les concedió parcelas a sus veteranos licenciados de las campañas contra el
fiero Viriato. (…) recibieron unas generosas centuriaciones en una zona húmeda,
casi despoblada y muy fértil del oriente hispano (…) en una encrucijada de
caminos entre tres viejas ciudades íberas: Arse, Edeta y Saetabis. (…) El
cónsul la llamó la Ciudad de los Valientes, Valentia. (…) realizaron los ritos
propiciatorios que marcaba la tradición (…) Participó activamente en el esquema
del diseño urbano. (…) Uno de sus bueyes fue el que trazó con su arado las
líneas que marcarían el futuro Cardo y Decumano…”. ¡Apasionante!
El segundo de la saga es su hijo CAYO
ANTONIO NASO EL VIEJO, también centurión romano licenciado y continuador de la
explotación vitivinícola familiar. Era hijo de una íbera, e igualmente se casó
con una nativa, Sonsinbiuru: pg 131: “mi sabia abuela optó por la incomodidad de
dejar salir de la escarpada Edeta a su hija
(Sonsinviuru) para que criara a sus retoños valle abajo, en la nueva
ciudad romana de la isla de Tyris, tal y como su enérgico marido (Cayo Antonio
Naso) deseaba” (…).
El tercero, uno de los narradores de
la novela, es uno de los tres hijos de Cayo Antonio y Sonsinbiuru: CAIO ANTONIO
NASO VINÍCOLA EL JOVEN: “los tres hermanos crecimos a caballo entre la domus de
la familia Antonia a espaldas del Decumano de Valentia durante el invierno y la
finca de Kelin, la ciudad natal de mi abuela en las tierras altas de más allá
del alto desfiladero de Bulión, durante las vacaciones estivales”. Él es el que
se encarga de narrar los hechos a lo largo del grueso de la novela: los
acontecimientos históricos en los que se vieron envueltos su abuelo y su padre,
y los que le tocaron vivir a él: los entresijos bélicos del enfrentamiento
entre Sertorio y Pompeyo, la marcha del negocio familiar, la evolución de la
ciudad,… A destacar su odisea por mar circunnavegando medio Mediterráneo para
comerciar con sus productos, viaje que aborda el audaz autor esbozando generosas
descripciones de múltiples lugares, situándolos en su contexto histórico, en
medio de las tensiones que los están haciendo prosperar o declinar: Sagunto,
Ampurias, Marsella, Sicilia, Cartago,… ; la grandiosa Caput Mundi (Roma), que recorremos de la mano de sus personajes,
callejeando con ellos por mercados, baños, casas, pensiones, las dársenas de su
puerto, … Con Cayo llegamos a las últimas páginas.
El cuarto de la saga (LUCIO ANTONIO
NASO VIN) escribe una carta a modo de epílogo al final de la obra. Del quinto
(APIO ANTONIO LUCIANO) y el sexto (TITO ANTONIO) sabemos a través de éste
último, el otro narrador de la obra, que da comienzo a la novela con su crónica
de la etapa ya decadente del imperio, dando testimonio de las primeras
invasiones bárbaras que llegan a la ciudad. Al buscar a su abuelo entre las
víctimas, encuentra las memorias escritas del bisabuelo CAIO, que procede a
leer, y que es el resto del libro ya comentado, la biografía de los tres
primeros miembros de la saga.
La novela es, por una parte, un prodigioso trabajo de divulgación de la civilización
romana, y también de los rescoldos de la íbera (pg 639: “… mientras se matan en
luchas intestinas o ajenas siguen llegando más y más legiones romanas,
homogéneas y férreamente comandadas, que erradican todo lo antiguo…”): tomando
como núcleo la Valentia de los tiempos de Sertorio, el autor aborda
concienzudamente el presente, pasado y futuro de esa colonia romana, formando
un cuerpo consistente y rollizo a base de añadir capas y capas de información
sobre la época, con auténticos reportajes sobre: la organización política de
Roma, con sus intrigas y sus figuras más destacadas; su evolución desde la
monarquía al imperio; la conformación de su mapa político (haciendo alarde de
un gran conocimiento de los múltiples asentamientos humanos, tanto romanos como
prerromanos –castros, villas, ciudades-, así como de las fronteras del imperio);
la esclavitud y las clases sociales; sus conocimientos náuticos, sus
estrategias bélicas; su gastronomía; sus cultivos (especialmente el de la vid,
dando detalles de sus variedades, usos, …); los utensilios y quehaceres de la
vida cotidiana; las distintas actividades profesionales, el comercio; los
templos y las ofrendas a las distintas deidades (¡que retahíla de dioses, hasta
ahora inéditos para mí: Jano, Pomona, Fornax, Carmenta, Meditrina, …! Pg 56: “Más
allá del Rin (…) ni brilla Apolo en verano, ni Ceres fertiliza los campos que
se hielan en invierno, y Baco no consigue que las parras tengan frutos dulces y
maduros”); las relaciones entre los romanos y los íberos, o entre los romanos y
los bárbaros, o entre los romanos y otra civilizaciones coetáneas como la cartaginesa,
o las orientales, o la griega (fundamental en el desarrollo de Roma, y con
mucho peso también en la novela), … ; de
gran interés son sus alusiones al cristianismo, ilustrando cómo algunos de sus
rasgos fueron condicionados por la cultura romana (citas de las páginas 602,
603, y otras), y también son muy interesantes sus apuntes geográficos,
señalando algunas diferencias con la geografía actual como la referencia a unas
colinas ya desaparecidas entre Valencia y Sagunto, la distinta desembocadura
del Turia que daba lugar a una isla fluvial, lo que explica sobre la Albufera (pgs
153, 222), sus alusiones a los puertos que tanto han evolucionado después, y a
las canteras, ...
Cerca de mil citas a pie de página
avalan y explican muchos datos aportados a lo largo de la obra, traduciendo
topónimos, ordenando fechas, desgranando grupos étnicos, deslindando
competencias de antiguos dioses, aclarando etimologías, desenterrando raíces de
nuestras señas de identidad, transportándonos a otras formas de pensar. El
magnífico bagaje expuesto se complementa con:
- - Una lúcida introducción del autor a modo de compendio
- - Un glosario de términos al final.
- - En las contraportadas, un plano hipotético de la ciudad y un mapa de la República Romana en tiempos de Sertorio.
- - Una fotografía del presunto esqueleto de uno de los protagonistas, o en cualquier caso de un esqueleto de la época que ha llegado hasta nuestros días en un nicho arqueológico que se corresponde con uno de los periodos en el que está ambientada la novela.
Por otra parte,
esta novela es un ejercicio artístico seguro que muy grato para su creador, y
creo que también para muchos de sus lectores, pues en mi opinión está bien
estructurada, y tiene los cabos bien atados; los pasajes descriptivos (más
lentos, cargados de erudición e imaginación no excluyentes entre sí) están
equilibradamente apoyados en los relatos narrativos, de acción; los personajes
históricos y ficticios abordados son de gran interés (si bien resultan quizá un
poco simples, están poco trabajados), y la obra tiene el estímulo constante
(hasta el intensísimo desenlace) de ingredientes como el poder, el sexo, el
sufrimiento, la resistencia extrema, la venganza y algunos otros que colocan a
la novela muy cerca de transcender sus límites físico-temporales para acercarse
a parámetros puramente humanos, y aprehender las luces y las sombras de la
naturaleza humana, tal y como se consigue en las obras maestras de la
literatura; sombras como las de la crueldad, el odio y ensañamiento de algunos
personajes para con otros, que hacen muy duros y desagradables algunos pasajes
de la novela, pero que afloran de forma natural y verosímil en el contexto de
la guerra y la ambición, y que tratan de ser un reflejo de lo que realmente
ocurrió en Valentia durante las guerras sertorianas. Porque los hallazgos
arqueológicos custodiados en el actual Museo de la Almoina de la ciudad, sus
esqueletos con muestras de tortura, dan fe de esa violencia. De este modo, el pasaje en el que Cayo Antonio el Viejo es
torturado por sus sobrinos junto a la Basílica (pg. 543-4) se corresponde, de
alguna manera, con la realidad; aportando a la obra “Valentia” la fotografía de
un esqueleto, el autor nos revela que ese es el punto de asiento de la novela,
que no es sino una reconstrucción del personaje en medio de una amplia y
detallada reelaboración de ese contexto en el que se produjo la tortura;
estamos ante la transustanciación de ese esqueleto en materia literaria, en una
meritoria obra que rinde homenaje a la Historia y a la Literatura; a la
Arqueología y a la Novela; a Plutarco y a Blasco Ibáñez: creo advertir ciertos
paralelismos entre “Valentia” y “Los Cuatro Jinetes de la Apocalipsis”, y el
autor cita otra de sus obras en el prólogo; la descripción que hace Castelló de
la ciudad de Valentia y alrededores tras la destrucción operada por Pompeyo y
por una riada (pgs 557, 593 y siguientes : “Solo de pensar en cómo el
implacable calor del verano y las bandadas de mosquitos habrían machacado
implacablemente aquella ciénaga pútrida hacía pensar en que el cónsul Bruto se
equivocó de lugar al emplazar su flamante colonia de veteranos. Ya no se podía
vivir en un pantano infecto como aquel.”), es el desolador negativo de la
idílica descripción que Blasco hace de “el despertar de la huerta” en “La
Barraca” y de sus testimonios de vida y agitación en las vísperas de otra Valencia
republicana, de otra dañina guerra civil y de otra gran riada. En cuanto a los historiadores
y otros escritores clásicos como Plutarco, hay muchas citas en la obra,
incluida una sobre la Eneida de Virgilio en la pg. 40, en la que el autor nos explica
que dicha obra fue un encargo de Augusto como forma de buscarle un origen
divino a Roma, como heredera directa de la heroica Troya).
Otro indicador de la grandiosidad de
una obra es, cómo no, su vocabulario (mucho más que el número de sus páginas),
y “Valentia” tiene una sabrosa riqueza en general, y en particular, con las
logradas incursiones en los campos semánticos que requería la novela: el de la navegación,
el de la guerra, el de la etnología –liturgia, vestuario, remedios medicinales,
refrigerios (posca, celia)-, … Me ha
gustado toparme con palabras poco comunes y algunas muy bellas como: férvido,
pulverulento, adminículo, exvoto, signífero, glifo, ínfula, aquilino, exangüe, manípulo,
aterido, cálamo, sotechado, marmita, balbucir, forrajear, escanciar, libar,
mercachifle, bisoño, defección; serosidad, sajadura, miasma, tumefacto y la
despampanante afluencia de palabras con
que describe el cuadro clínico de la herida de Artemio (pg. 414-422); las
bonitas descripciones del paisaje (pg. 514, …), …
Esta obra es, en definitiva, como él
dice en la dedicatoria, su contribución a la cultura de esta tierra que ama:
“…tierra bañada por las plácidas aguas del Mare Nostrum y caldeada por el sol
durante su eterna primavera. Un plácido mar de naranjos, arrozales, viñedos y
oliveras centenarias salpican los hermosos paisajes en los que el sempiterno
cielo azul, el mar y la montaña se alternan armoniosamente. Miles de años de
Historia se acumulan bajo los pies de los que hemos tenido la ventura de los
dioses de permitirnos nacer o hacer en este idílico rincón del mundo”.
Gracias, Gabriel. Y yo también siento
lo de Sertorio.
Este es el mapa al que hace referencia Francisco y que no se incluye en la nueva edición; está dibujado por mi...
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